Ante la falta de agua, ese órgano se contrae y si esto se prolongara por días dejaría secuelas graves. El tema fue abordado en conversatorio organizado por el Museo Gota de Agua de la UAM.
Un cerebro deshidratado se contrae –literalmente– ante la falta de agua, ya que requiere de un esfuerzo extremo para funcionar, pero si esto se prolonga durante días dejará secuelas graves en el organismo, desde fatiga, problemas digestivos y en la piel; aumento de peso y colesterol, hasta trombosis e incluso la muerte.
Mantenernos hidratados, asegura una mejor funcionalidad cerebral
La carencia del líquido puede causar disminución cognitiva, alteraciones en el estado de ánimo y baja presión arterial; en contraste beber diario una cantidad adecuada lubrica las articulaciones y los huesos; regula la temperatura corporal y alimenta el cerebro y la médula espinal, aseguró el doctor Marcel Pérez Morales, profesor visitante en la Unidad Lerma de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).
El hipotálamo es responsable de mantener comunicación constante con riñones e hígado, con el fin de que todo el tiempo haya agua suficiente para garantizar las funciones precisas y, cuando esto no es así, emite señales de alerta a través de sensaciones de sed, además de que las células neurosecretoras del hipotálamo producen la hormona vasopresina o antidiurética, que motiva al cuerpo a retener líquidos, cuya consecuencia visual más inmediata es que la orina se vuelve más oscura.
Si esto se alargara, los efectos negativos irían mucho más allá, al disminuir el volumen sanguíneo y la cantidad de sales crece, en un fenómeno conocido como hipovolemia que provoca sed volumétrica. En paralelo, cuando hay pérdida de líquido con retención de solutos se convierte en hipertonicidad y genera una sed osmométrica, explicó el doctor en ciencias biomédicas, durante el Conversatorio: Tan Claro como el Agua.
Con una baja de presión sanguínea, los riñones también liberan al torrente una enzima llamada renina que en el hígado se convierte en la proteína angiotensina que promueve la elevación de la presión sanguínea, la cual viaja hacia dos destinos: primero, de vuelta a los riñones para decirles que inhiban la orina y aumenten la retención de líquidos para normalizar la presión arterial, y segundo, hacia una región del cerebro denominada órgano subfornical, que se encarga de reforzar la tarea de contención, evitando la deshidratación.
Las bebidas azucaradas o gasificadas no deben ser un sustituto del agua pura
A nivel de la corteza cerebral “podemos obedecer estas señales o no, pues a pesar de que desde ahí se indica la necesidad de ingesta de agua, a veces es confundida con hambre o saciada con bebidas azucaradas o gasificadas que pueden aliviar en forma temporal, pero a la larga ocasionan daños graves en el organismo”.
Los riñones, con el paso del tiempo y forzados limpiar de ácidos y solutos el líquido que se ingiere, pierden de manera gradual el beneficio de sus nefronas –la unidad estructural y funcional básica responsable de filtrar las sustancias de desecho– que al presentar afectaciones no filtran de modo correcto los residuos tóxicos que deben ser evacuados.
Cuando se está deshidratado se entra en fase de condición extrema, en la que hay muchos solutos y poca agua en la sangre, la cual se espesa y baja la presión arterial generando coágulos que bloquean parcial o totalmente el flujo de los vasos, lo que obstruye venas y causa en el mejor de los casos dolor de piernas, pero en el peor una trombosis.
Para evitar estas situaciones en el cuerpo se recomienda a los varones beber alrededor de 2.5 a 3.5 litros de agua pura, y de 2 a 2,7 litros de agua a las mujeres.